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Tuesday, June 18, 2019

Ronroneo 14: "A thousand years of good prayers" de Yiyun Li




Ayer terminé de leer el libro “A thousand years of good prayers” de Yiyun Li. Se trata de una colección de historias cortas que incluye la historia que da nombre al libro.
La primera vez que leí a Yiyun Li fue por medio de la revista New Yorker. Leí un artículo llamado “To speak is to blunder” y quedé muy impresionado. En aquel momento sentí que Yiyun Li había descrito mi desesperación como migrante de manera adecuada, mi esfuerzo por hablar y pensar en inglés y sentir el efecto de convertirme en otra persona. A pesar de que leí el artículo un par de veces, no pude delimitar el lugar en el texto en donde las proposiciones de Li enunciaban mis sentimientos, me encontré en su historia de manera tácita e indirecta. Li es muy buena atrapando situaciones de vida complejas, escritores como David Robinson la consideran la Chejov de nuestro tiempo y creo que no puedo estar más de acuerdo con ellos.
Li atrapa conceptos de la cultura china milenarios y te los entrega casi digeridos, como un ramo de rosas rojas que ha sido meticulosamente preparado y limpiado para que simbolice un gesto romántico. Quien las recibe muchas veces ignora que cada una de las rosas contenidas en el ramo requirió un clima frio y húmedo para crecer, que insectos tuvieron que encontrar otra víctima en el rosedal para que esas, las rosas escogidas y cortadas, hayan llegado al estandarte en el que han sido crucificadas, tan especiales como un animal antártico conservado por miles de años en el hielo.
Yiyun Li observó su cultura China con la atención y la lucidez de quien quiere saciarse hasta el hartazgo de algo para poder vomitarlo. En el caso de Li, para ser capaz de producir sus historias cortas en inglés con la estructura y métrica anglosajona. Yiyun vivió su niñez sabiendo que iba a terminar escribiéndola lejos de Beijing, lejos de China, con esa libertad que sospechaba real y que iba a gozar en Estados Unidos.
Me gusta Yiyun Li porque me enseña mi humanidad, me enseña China -que es casi inasequible para todo aquel que no habla o quiere aprender a hablar mandarín- y me permite sentir cómo millones de seres humanos hasta ese punto ajenos a mí, han sentido. Sus rosas son de nostalgia y de tristeza, monolitos a lo irremediable que trae la opresión y el régimen chino. Cualquiera puede concluir que, como ciudadanos y personas, no somos mejores que aquellas víctimas de las historias de Li. A pesar de creernos educados, tener libertad y comodidades, seguimos circunscribiéndonos en las mismas tragedias y sufrimientos.
Las historias de Yiyun Li son igual que un cuadro impresionista. A pesar de toda la información disponible, no hemos cambiado. Somos los mismos, seguimos hiriéndonos y llorando por las mismas cosas. Siguen y seguirán vigentes como arte porque seguimos necesitando los mismos estímulos.

Lo revelador de Li es su interpretación del poder del lenguaje. Lo resume bien con la siguiente línea:

“Baba, if you grew up in a language that you never used to express your feelings, it would be easier to take up another language and talk more in the new language. It makes you a new person.”

En esa misma historia encontré una línea que aplica para entender el comportamiento de muchas personas que han simplificado su vida hasta el punto que, cuando necesitan ayudar a alguien, lo hacen ejerciendo su única actividad:
“…she does not know the cooking has become his praying, and she leaves the prayers unanswered”
Cosas más mundanas de la naturaleza humana quedan atrapadas con la frase que muchos otros escritores (puedo recordar a Onetti) han escrito y entretienen para escribir porciones de su obra:
“Things that make sense at one time suddenly seem absurd in a different light.”
Con respecto al idioma como definición de quienes somos, Li repite su proposición desde un ángulo diferente cuando escribe:
“He feels disappointed in his daughter, someone he shares a language with but with whom he can no longer share a dear moment.”
No puedo pensar en Li sin pensar en todos nosotros.