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Monday, February 6, 2017

Juan Rulfo, artista.





Antecedentes

En el año 2003 en la Ciudad de Monterrey tuve la oportunidad de conocer a  Gabriel García Márquez. Conocerlo fue, como casi todas las cosas que me han ocurrido en la vida, una mezcla de razones salpicadas de buena suerte.

Se celebraran los sesenta años de mi universidad. El festejo consistió en competencias deportivas de diferentes disciplinas y un ciclo de conferencias que incluyó una ponencia del legendario autor de 100 años de soledad. Como miembro del equipo representativo de baloncesto  tuve acceso a la logística del evento que incluía la información de hoteles, sedes y horarios.

Después de analizar la información en cuestión, inicié campaña para convencer a mis compañeros del equipo para que vinieran conmigo al hotel que presumía yo, era donde se hospedaba don Gabriel.

¿Y a qué vamos?

Pues a conocerlo, a qué más.

¿Y si no nos habla?

Pues no nos habla y ya

¿Cuánto tiempo vamos a esperarlo?

Esa es la cosa... hay que ir en bola para que no nos corran y poder organizar turnos en caso de que alguien tenga que ir al baño o se aburra y se quiera ir.

Gracias al calor que hacía en aquellos días y a una falla (de la que no fui responsable) en el sistema de aire acondicionado de nuestro hotel, al poco tiempo salimos en caravana 5 pelados -literal pues acababan de raparnos la cabeza como rito de iniciación en la selección-.

Como resultado de tanta labor proselitista mis amigos empezaron a imaginar que el lobby del hotel de don Gabriel iba a estar lleno de periodistas y admiradores.

"Va a ser una buena oportunidad para conocer muchachas" dijo uno de ellos para motivarse a aguantar el bochorno que a todos nos acosaba en aquella parada de autobús sin sombra de la avenida Eugenio Garza Sada.

Como mucha gente ha dicho, entre ellos Hugo Hiriart, "La expectativa es la madre de la decepción".

Al llegar al hotel solo encontramos desencanto pues mis amigos no vieron ni periodistas, ni admiradores ni muchachas.

Todo estaba tranquilo y solo había un botones al que no tardé en hacerle un interrogatorio.

 "Don Gabriel es buena onda, no es mamón." me dijo

¿Y a qué hora crees que viene? pregunté

Pues eso si no sé, pero yo creo no demora porque ya tiene rato que lo vi salir con su hermano.

¿Hace cuánto rato?

No sé joven, y a todo esto... ¿Por qué lo buscan?

Nada más, contesté y dejé de hacer preguntas.

Después de veinte minutos apareció Don Gabriel. Creo que se asustó un poco al ver a un grupo de jóvenes de casi dos metros de estatura esperando su llegada pero aun así sonrió cuando lo saludé y le dije que me gustaría platicar con él.

El maestro que en el pasado afirmaría cómo después de publicar sus primeros cuatro libros se encontraba en un bloqueo creativo hasta que leyó Pedro Páramo, me compartió la fórmula para ser escritor: escribir.

Desde ese día cuando hablo de Rulfo siempre me acuerdo de Márquez y viceversa. El siguiente ronroneo es una breve disertación  acerca del artista de los bajos de Jalisco (Apulco para los amigos, San Gabriel para los periodistas).

Ronroneo 4:  Artista sí, escritor no

 Estoy convencido que en cualquier punto de mi vida eventualmente termino hablando o referenciado la obra de Juan Rulfo. Esto solo confirma lo extremadamente simple que es mi vida ya que la obra completa de Rulfo no supera cuatrocientas páginas.

También puede deberse a mi convicción de que Rulfo construyó una jaula con mirilla microscópica donde atrapó a México, ese México destapado con la revolución y que terminó  por desnudarse con la guerra cristera.

¿Realmente algo ha cambiado desde entonces?

Eso queremos creer los modernos, los que nos sentimos jóvenes y especiales. Lo cierto es que la denuncia de Rulfo sigue vigente en casi cualquier rincón del país. Los llanos siguen en llamas y la muerte sigue siendo  religión. Lugares como Comala o Luvina, gracias a la acción política, son bautizados con nombres como: “Solidaridad”, “Colonia Luis Echeverría Alvarez” o “Colonia Miguel de la Madrid de Torreón” pero en ellos, como en los denunciados por Rulfo, la pobreza y tristeza siguen aplastándole las ideas a sus habitantes.
Rulfo supo reconocer lo atemporal y decidió tragárselo primero con los ojos para después masticarlo con el sonido del hablar popular. Su digestión fueron dos libros y la promesa de un tercero que nunca llegó.
A pesar de lo escaso de su producción literaria nadie puede negar el lugar de Rulfo en la literatura hispanoamericana. Me atrevo a decir que si tuviéramos que hacer el árbol genealógico de la literatura mexicana el nombre de Rulfo se escribiría sólo después del de Alfonso Reyes y Amado Nervo.
¿Por qué tanto éxito para un escritor que no escribía?
Tal vez porque ningún mexicano puede leer a Rulfo sin enamorarse de Rulfo.
Clara Aparicio nos regaló acceso a las cartas que Rulfo le escribió mientras la pretendía. No es de extrañar que dichosa correspondencia se ofrezca como obra de Rulfo, pues la esencia es la misma.
Lo magistral de Rulfo es que logró enamorarnos con nuestro reflejo, evocando la memoria de historias que sabía guardadas en nuestra cabeza encontró la llave para abrirnos y tocarnos el alma. Algunos críticos se han atrevido a decir que no tenía sentido para él escribir después de publicar Pedro Páramo pues nunca iba a escribir nada mejor que Pedro Páramo.
Sin información adicional sobre el artista esta última justificación me dejaría satisfecho.
Pero soy de la Ciudad de México y es ahí donde Rulfo vivió muchos años.
De chico escuché a  un  familiar mío contar la historia de cuando reconoció a Rulfo durmiendo en la calle, casi desnudo, lleno de alcohol por todos lados.
El mismo maestro que me habló de la escasez de fotógrafos en un mundo lleno de cámaras me repetía continuamente la primera estrofa de la canción Llorarás del Piporro.

Vale mas que llores de adentro pa afuera,
Porque si lloras de afuera pa adentro,
Te inundas...

Esta frase me hace pensar en ese Rulfo, inundado en la inmensidad del Distrito Federal, lleno de esas lágrimas que ya no pudo llorar.
Lo que completa el relato es que en realidad Rulfo decidió tomar fotografías en lugar de escribir.
De no ser por su antecedente literario recordaríamos a Rulfo como recordamos a Manuel Alvarez Bravo o Agustín Cassasola.
Rulfo no pudo seguir escribiendo porque tal vez la literatura ya no era el medio que necesitaba para expresarse.
Como actor participó en el cortometraje de “En este pueblo no hay ladrones” escrito, no por casualidad, por Gabriel García Márquez.
Tal vez pintó o compuso canciones, tal vez cuando ya no pudo hacerlo fue que lo perdimos.