Antecedentes
En el año 2003 en la Ciudad
de Monterrey tuve la oportunidad de conocer a Gabriel García
Márquez. Conocerlo fue, como casi todas las cosas que me han ocurrido en
la vida, una mezcla de razones salpicadas de buena suerte.
Se celebraran los sesenta
años de mi universidad. El festejo consistió en competencias deportivas de
diferentes disciplinas y un ciclo de conferencias que incluyó una ponencia del
legendario autor de 100 años de soledad. Como miembro del equipo
representativo de baloncesto tuve acceso a la logística del evento
que incluía la información de hoteles, sedes y horarios.
Después de analizar la
información en cuestión, inicié campaña para convencer a mis compañeros del
equipo para que vinieran conmigo al hotel que presumía yo, era donde se
hospedaba don Gabriel.
¿Y a qué vamos?
Pues a conocerlo, a qué más.
¿Y si no nos habla?
Pues no nos habla y ya
¿Cuánto tiempo vamos a
esperarlo?
Esa es la cosa... hay que
ir en bola para que no nos corran y poder organizar turnos en caso de que alguien tenga que ir al baño o se aburra y se quiera ir.
Gracias al calor que hacía
en aquellos días y a una falla (de la que no fui
responsable) en el sistema de aire acondicionado de nuestro
hotel, al poco tiempo salimos en caravana 5 pelados -literal pues acababan
de raparnos la cabeza como rito de iniciación en la selección-.
Como
resultado de tanta labor proselitista mis amigos empezaron a imaginar
que el lobby del hotel de don Gabriel iba a estar lleno de periodistas y
admiradores.
"Va a ser una buena
oportunidad para conocer muchachas" dijo uno de ellos para motivarse a
aguantar el bochorno que a todos nos acosaba en aquella parada de autobús
sin sombra de la avenida Eugenio Garza Sada.
Como mucha gente ha dicho,
entre ellos Hugo Hiriart, "La expectativa es la madre de la
decepción".
Al llegar al hotel solo
encontramos desencanto pues mis amigos no vieron ni periodistas, ni
admiradores ni muchachas.
Todo estaba tranquilo y
solo había un botones al que no tardé en hacerle un interrogatorio.
"Don Gabriel es
buena onda, no es mamón." me dijo
¿Y a qué hora crees que
viene? pregunté
Pues eso si no sé, pero yo
creo no demora porque ya tiene rato que lo vi salir con su hermano.
¿Hace cuánto rato?
No sé joven, y a todo
esto... ¿Por qué lo buscan?
Nada más, contesté y dejé
de hacer preguntas.
Después de veinte minutos
apareció Don Gabriel. Creo que se asustó un poco al ver a un grupo de
jóvenes de casi dos metros de estatura esperando su llegada pero aun
así sonrió cuando lo saludé y le dije que me gustaría platicar con él.
El maestro que en el
pasado afirmaría cómo después de publicar sus primeros cuatro libros se
encontraba en un bloqueo creativo hasta que leyó Pedro Páramo, me compartió la
fórmula para ser escritor: escribir.
Desde ese día cuando hablo
de Rulfo siempre me acuerdo de Márquez y viceversa. El siguiente ronroneo es
una breve disertación acerca del artista
de los bajos de Jalisco (Apulco para los amigos, San Gabriel para los
periodistas).
Ronroneo 4: Artista sí, escritor no
Estoy convencido que en
cualquier punto de mi vida eventualmente termino hablando o referenciado la
obra de Juan Rulfo. Esto solo confirma lo extremadamente simple que es mi vida
ya que la obra completa de Rulfo no supera cuatrocientas páginas.
También puede deberse a mi
convicción de que Rulfo construyó una jaula con mirilla microscópica donde atrapó
a México, ese México destapado con la revolución y que terminó por desnudarse con la guerra cristera.
¿Realmente algo ha cambiado
desde entonces?
Eso queremos creer los
modernos, los que nos sentimos jóvenes y especiales. Lo cierto es que la
denuncia de Rulfo sigue vigente en casi cualquier rincón del país. Los llanos
siguen en llamas y la muerte sigue siendo
religión. Lugares como Comala o Luvina, gracias a la acción política,
son bautizados con nombres como: “Solidaridad”, “Colonia Luis Echeverría
Alvarez” o “Colonia Miguel de la Madrid de Torreón” pero en ellos, como en los
denunciados por Rulfo, la pobreza y tristeza siguen aplastándole las ideas a
sus habitantes.
Rulfo supo reconocer lo
atemporal y decidió tragárselo primero con los ojos para después masticarlo con
el sonido del hablar popular. Su digestión fueron dos libros y la promesa de un
tercero que nunca llegó.
A pesar de lo escaso de su
producción literaria nadie puede negar el lugar de Rulfo en la literatura
hispanoamericana. Me atrevo a decir que si tuviéramos que hacer el árbol
genealógico de la literatura mexicana el nombre de Rulfo se escribiría sólo después
del de Alfonso Reyes y Amado Nervo.
¿Por qué tanto éxito para
un escritor que no escribía?
Tal vez porque ningún
mexicano puede leer a Rulfo sin enamorarse de Rulfo.
Clara Aparicio nos regaló
acceso a las cartas que Rulfo le escribió mientras la pretendía. No es de
extrañar que dichosa correspondencia se ofrezca como obra de Rulfo, pues la
esencia es la misma.
Lo magistral de Rulfo es
que logró enamorarnos con nuestro reflejo, evocando la memoria de historias que
sabía guardadas en nuestra cabeza encontró la llave para abrirnos y tocarnos el
alma. Algunos críticos se han atrevido a decir que no tenía sentido para él escribir
después de publicar Pedro Páramo pues nunca iba a escribir nada mejor que Pedro
Páramo.
Sin información adicional
sobre el artista esta última justificación me dejaría satisfecho.
Pero soy de la Ciudad de
México y es ahí donde Rulfo vivió muchos años.
De chico escuché a un familiar mío contar la historia de cuando
reconoció a Rulfo durmiendo en la calle, casi desnudo, lleno de alcohol por
todos lados.
El mismo maestro que me
habló de la escasez de fotógrafos en un mundo lleno de cámaras me repetía continuamente la primera estrofa de la canción Llorarás del Piporro.
“Vale mas que llores de adentro pa afuera,
Porque si lloras de afuera pa adentro,
Te inundas...”
Porque si lloras de afuera pa adentro,
Te inundas...”
Esta frase me hace pensar
en ese Rulfo, inundado en la inmensidad del Distrito Federal, lleno de esas
lágrimas que ya no pudo llorar.
Lo que completa el relato
es que en realidad Rulfo decidió tomar fotografías en lugar de escribir.
De no ser por su antecedente
literario recordaríamos a Rulfo como recordamos a Manuel Alvarez
Bravo o Agustín Cassasola.
Rulfo no pudo seguir
escribiendo porque tal vez la literatura ya no era el medio que
necesitaba para expresarse.
Como actor participó en el
cortometraje de “En este pueblo no hay ladrones” escrito, no por casualidad, por
Gabriel García Márquez.
Tal vez pintó o compuso
canciones, tal vez cuando ya no pudo hacerlo fue que lo perdimos.