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Tuesday, January 3, 2017

Sunday, January 1, 2017

Sobre el pintor mexicano Sergio Hernández


"Si le rasca un poco a la noche, aparecen los colores del cielo; si le rasca un poco a la tierra de Oaxaca, aparecen los colores del infierno".  Fernando del Paso






Ronroneo tres: Ese día que no recuerdo.



Una mañana que de 1974  en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos de la Ciudad de México, Gilberto Aceves Navarro, atravesando pupitres y miradas empapadas por la húmeda arrogancia del talento, preguntó : ¿A qué huele la muerte?
Como  reflejo llegó un silencio que el maestro saboreó paternalmente.
En ese espacio infinito de un par de segundos, un alumno cerró sus ojos, destapó todo el aire que tenía en su cuerpo y se dio a la tarea exhaustiva de encontrar a la muerte entre su inventario.
El muchacho no encontró el olor a muerte pero encontró insectos interesantísimos que, ocultos en el pastaje Oaxaqueño, eran sus músicos preferidos. Encontró elefantes de circo y pistolas, árboles de tallos enormes y ramas quemadas,  mezcal, el gris de Ciudad  Nezahualcoyotl, grasa de tlapalería  y flores con colores que ahora la gente le llama precolombinos.
Exhausto y sin respuesta Sergio Hernández se fue a su casa mirando el suelo, esquivando sensaciones, mirando el miedo enterrado entre los ajetreos de un centro histórico que nunca más lo dejaría volver a ser el mismo.


El maestro Aceves con su pregunta abrió a Sergio Hernández sin saber que al hacerlo desenterraba algo de Oaxaca. Lo que salió fue una quimera de rojos y azules lapislázulis  que, aunque la gente no lo quiera reconocer, también trae los claroscuros  de la Ciudad de México.


Como antecedente el lector haría bien en recordar al vizconde Medardo de Terralba que cuando marchaba por la llanura de Bohemia para luchar contra la invasion turca, según cuenta Ítalo Calvino en el vizconde demediado,  fue golpeado por una bala de cañón en el pecho.  Como resultado de la lesión, y aclaro que solo describo hechos bien sabidos por la opinión pública, el vizconde se convirtió en dos personas: Gramo(el malo) y Buono (el bueno).  Ítalo cuenta cómo doctores militares salvan a Gramo mientras que un grupo de anacoretas adoptan a Buono  permitiendo que ambos personajes sigan sus vidas en lugares diferentes.




El Distrito Federal, es decir, La Escuela Nacional de Artes Plásticas, mejor dicho, El maestro Aceves Navarro partieron esa mañana de Lunes o Martes(de eso si no me acuerdo bien) a Sergio Hernández, lo demediaron.


La parte mala, que para fines de esta corta narración voy a llamar Schlecht,  se quedó a vivir en el barrio de Tepito y la colonia Centro mientras que la parte buena, que para los mismos fines vamos a llamar Toll, se fue a Oaxaca a sanarse con la fama de Tamayo y Francisco Toledo.




Personalmente solo quiero hablar de Schlecht porque en mi opinión Sergio Hernández es de la Ciudad de México pero vino de Oaxaca. Para no dejar esta historia incompleta voy a decir lo poco que sé de Toll: que después de recuperarse parece que se hizo sordomudo. Según cuentan Sergio Hernández ya tenía ese comportamiento y en el accidente Toll fue perjudicado con tan penosa herencia.


Schlecht todavía iba arrastrándose en la calle de Donceles cuando ya tenía personas preguntándole si quería que le bolearan los zapatos o comprar  periódicos usados. Shlecht tuvo que hablar pues en cuestión de minutos la Ciudad, como la ballena de Jonás, se lo había tragado y sólo preguntando
es que salió libre entre la calle de Argentina y Paraguay. Ahí, gracias a la ayuda de un mancebo de una tlapalería de nombre "La Paleta Moderna" es que Sergio, rodeado de esas herramientas que parecían elementos de tortura, entendió la relación entre la vida y la muerte.


Poco tiempo después,  Sergio Hernández descubrió que la muerte huele a blanco de plomo. Ignoro si Schlecht y Toll van a terminar como  Gramo y Buono en el cuento de Calvino. De hecho ignoro y no recuerdo casi nada lo que aquí he escrito porque ahora que veo las fechas, yo ni siquiera había nacido.